Maestro del I Ching Chong (escuela santiagueña), tirador de runas que
después jamás recupera (ni las runas ni las rotras), sabe leer el futuro, pero
mejor le sale el pasado. Por eso carece de presente.
sábado, 30 de marzo de 2013
viernes, 29 de marzo de 2013
Cosmos
Somos materia estelar que ahora apunta al espacio. Somos los herederos de cuarenta mil generaciones.
Los átomos que nos forman se fabricaron alguna vez en el interior caliente de las estrellas, y por lo tanto nuestra misma existencia y futuro están ligados al cosmos. Es posible que el universo está habitado por seres inteligentes, pero no habrá humanos en otros lugares. Solamente aquí. Somos no sólo una especie en peligro, sino una especie rara.
En la perspectiva cósmica, cada uno de nosotros es precioso. Si alguien está en desacuerdo contigo, déjalo vivir. No encontrarás a nadie parecido en cien mil millones de galaxias.
Los átomos que nos forman se fabricaron alguna vez en el interior caliente de las estrellas, y por lo tanto nuestra misma existencia y futuro están ligados al cosmos. Es posible que el universo está habitado por seres inteligentes, pero no habrá humanos en otros lugares. Solamente aquí. Somos no sólo una especie en peligro, sino una especie rara.
En la perspectiva cósmica, cada uno de nosotros es precioso. Si alguien está en desacuerdo contigo, déjalo vivir. No encontrarás a nadie parecido en cien mil millones de galaxias.
sábado, 16 de marzo de 2013
Tres meses
Ya estaban terminando de comer cuando Lidia se lo dijo. La
comida había transcurrido en medio de una tirantez apenas disimulada. Ella se
limitaba a comer mirando el vacío, ayudándole de vez en cuando a la
chiquita, limpiándole la boca. Siguió levantando los platos en silencio.
Juntó las migas que Juan no comió y las tiró en la olla.
Acá hay un hueso!, le dijo él, tomándose la entrepierna con
las manos. Ella sólo lo miró.
Qué le pasa a mi negra, insistió, intentando abrazarla. Ella
lo eludió, casi sin ganas. No jodás, Juan.
Las nenas se fueron a la pieza y prendieron la televisión.
Empezó a escucharse música infantil a todo volumen, llenando el espacio de
risas y explosiones.
Bajen el volumen!, gritó Lidia, pero las nenas no la
escucharon.
Y qué? Ahora te hacés la brígida?
Callate, Juan, no me vas a mentir.
Dale, negrita, vení. Pero Lidia se puso a juntar la ropa,
que estaba amontonada por todas partes, sobre las sillas y el lavarropas.
Si sabés que te la voy a devolver, le dijo Juan, después de
un rato, en que se quedó mirándola.
Sí, como toda la otra plata que te presté. Haceme el favor,
Juan, devolvé esa mierda, no sé, decí que no la podés pagar. Si saben que estás
sin trabajo.
Juan estuvo buscando el encendedor en cada bolsillo, con
calma, mirando la nada, hasta que por fin lo vio al lado de la cocina.
No, negrita, el chueco me dijo que habló con el arquitecto y
que ya salía la obra, la de la ruta, viste, allá al fondo…
Ella se detuvo y lo enfrentó.
No, Juan, hace tres meses que no trabajás, y la plata no alcanza.
Ni con las horas extras me alcanza.
Pero va a alcanzar, vas a ver que cuando te llamen…
Lidia agarró el encendedor y puso la pava para el mate. No
había comido. Juan la miraba, dándole largas pitadas al cigarrillo. Sin saber
qué hacer, Lidia se fue a la pieza con las nenas.
Tres meses. Y la cosa de mal en peor. Y ella cada vez más
cansada.
Juan salió. Afuera, la noche estaba llena de ruidos, olores.
A lo lejos, ladró un perro y enseguida lo siguieron otros y, como una oleada
que llega y muere en la costa, pronto volvió el silencio, que en realidad
estaba hecho de muchos ruidos, chupados por la noche, las luces de la calle, el
montón de casillas mal armadas, de donde salían las voces de la televisión.
Juan caminó unos pasos, rodeando la casilla y levantó el
plástico que cubría la moto. Se quedó así, un rato largo, mientras el
cigarrillo se consumía en su boca, sin advertir que desde adentro, Lidia lo
miraba.
Las nenas ya dormían, con la televisión todavía prendida. Rodeada
de ese calor denso, Lidia, mirando a través de la ventana la puntita luminosa del cigarrillo, se acostó
a su lado y, olvidada de la pava todavía en el fuego, lentamente, comenzó a
llorar. Estaba cansada, pero no le preocupaba tanto eso como el calor, la plata
que no alcanza, la comida que nunca sobra. Le preocupaba más qué iba a hacer
con el bebé que, dormido también, hacía tres meses que guardaba en su cuerpo.
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